jueves, 13 de septiembre de 2012

Virgen de la maldad

Me asusta la visceralidad de los días. Inquieta calma. Los tigres encerrados en frascos de vidrio. La vehemencia incontrolada de todo líder. El grito sordo de serpiente entre la multitud. La batuta que levanta el primero que llega. La facilidad con que sentencia el incoherente. Los camaleónicos cambios de color. El parpadeo que separa una imagen de una fotografía y el pasado impreso en el presente. La réplica del que se siente ofendido por escuchar su nombre. La contrarréplica del que se ofende por la ofensa. Los chupetes impregnados de doctrina. El ácido sobre la frente.
Me gusta la vida de pueblo. El "ahora bajo y te lo doy yo". Dejarse algo y que lo escupa una ventana sonriente. Los tratos con los maleantes. El volver bello lo peligroso y ver que lo peligroso es simple. Un gesto que recoge la dignidad que se suicida por un bolsillo ajeno. "Toma, es tuyo". "Gracias". "Ya lo llevo yo". Los tomates de un vecino con excedente de alegría en un lugar en el que el dos toneladas no son suficiente. El aceite, virgen de la maldad, escondido entre la maleza.

lunes, 27 de agosto de 2012

Los clichés fundados

Supongo que cuando hablo de profesiones comunes pongo siempre el ejemplo del panadero porque todos compramos el pan cada día. Yo sé, o creo saber, cómo se comporta un panadero en su vida privada. Me lo imagino haciendo la comida y hablando del suceso de moda, riñendo con su pareja o llevando a los hijos al campo. Pero... ¿y un feriante? Por más que hago el 'voyeur' ejercicio de imaginarme cómo vive un feriante obvio no me vienen a la cabeza más que misteriosas personas de mirada triste. ¡Los hay corrientes! No lo dudo. Pero me viene el desdén a la hora de activar una atracción, la apatía con que hacen feliz a un niño que, afortunadamente, mira el globo y no la expresión de quien se lo da. Cuando alguno de ellos se dirige a cualquier cliente se puede ver, sin embargo, la tranquilidad de quien no debe rendir cuentas de nada. A veces, su gesto no refleja la alegría de sus palabras y se puede observar cómo la verdad no necesita de embellecedores. La apariencia de lo que dicen, como la dentadura, les suele traer sin cuidado. Su humor es itinerante, como sus caravanas. En lo que tardan en fumarse un cigarro, en darle veinte vueltas al tiovivo, te han logrado conocer mucho más de lo que podrías conocerles entre fiesta mayor y fiesta mayor. Te han conocido gracias a la forma en que entregas la ficha. Un feriante ha de ser desconfiado, puesto que nunca abre la palma de la mano para recoger la ficha, sino que la pinza con los dedos deshumanizando a quien le ha pagado esperando más complicidad. Viven al son de la alegre canción del toro mecánico y actúan de forma mecánica, como los mejores doctores pero con el olor a algodón de azúcar.

No menos curiosidad me suscitan los bingueros más habituales. Sus miradas penetran en la nada y, sin fijar la vista en el cartón, pueden tachar los números que con urgencia son leídos en una sala verde tapete. Verde con olores que van desde el alcohol hasta el cuero de los bolsos hebillados. ¿Cuando vuelvan a su casa dormirán? ¿Tendrán amor o algo que hacer? ¿Escribirán en algún chat de una televisión local? ¿Se prepararán algo de comer?

Los bingueros, los feriantes y algún que otro tipo de persona, levantan tanta curiosidad en mí como el cosmos.

sábado, 28 de abril de 2012

El fútbol nos sacará de la crisis



Es obvio que no, el fútbol no nos sacará de la crisis. Eso lo sabe todo el mundo. El fútbol sólo saca de la crisis a unos cuantos elegidos. Eso lo saben quienes afirman, el día en que se marcha Guardiola, que hay que darle a lo del entrenador de Santpedor una importancia relativa, a tenor de los grandes problemas de nuestra sociedad, de los marrones que nos afectan de verdad. Aunque más bien pareciera que directamente se debe ignorar el hecho noticioso. Que es pecado hablar de fútbol en la Secta de los Políticamente Correctos. Pero sólo cuando conviene callar.

Es curioso que el día en que se va el mejor entrenador -cuanto menos en títulos- que ha tenido el FC Barcelona, todas estas complicaciones de carácter social sean lo más chillado por los grandes altavoces del pueblo. Y eso es gracias a Guardiola; "Se va Guardiola pero hay paro", "Se va Guardiola y nos preocupa más que encontrar trabajo", "Se va Guardiola y nadie habla de crisis", "Crisis, crisis, crisis, caca Guardiola". Felizmente para todos aquellos que hicieron esfuerzos para cambiar en un día lo que estropearon con los que eligieron para cuatro años, se habló de la crisis y se habló del paro. Parece, no obstante, que el resto del año, cuando el fútbol no tiene tanto eco como el día de la marcha de Pep (a pesar de que lo tenga en exceso), muchos Hermanos Políticamente Correctos no se acuerdan de que tienen un sueldo para echarse a llorar, de que nos van a cobrar las recetas o de que los mayores no tienen un lugar digno para que les cuiden.

Muchos dirán, si convienen con mi apreciación, que ayer floreció el jardín de la demagogia. Yo no. Yo tengo la esperanza de que haya muchas marchas como las de Guardiola. Así, los que invernan volverán a asomar la cabeza para ver cómo está el tiempo. Los mismos que, cuando se despide el entrenador de su pequeño o gran equipo, van a hacer igual que millones de culés hicieron: comentar la actualidad, dar las gracias, criticar, hablar de fútbol y especular. Porque los que son de un equipo grande tienen derecho a hacer las mismas cosas que los que son de un equipo pequeño y porque, en definitiva, hay que confiar en que el ser humano es capaz de preocuparse de dos cosas a la vez: lo banal hace sobrellevar lo trascendental, como lo hace el humor negro de un camillero que desplaza muertos todos los días de su vida. Eso no hace al camillero un insensible, pues dicen los que entienden que es psicológicamente necesario para no caer en la locura.

En cuanto a nuestro Estado, no hay de qué preocuparse: desde ayer estamos todos concienciadísimos de esta crítica situación, de ese nubarrón negro que tenemos a un metro de nuestras testas. Nos lo advirtieron los que se gastan 50 euros en conciertos de géneros musicales prefabricados y vacuos pero critican el hecho de pagar un dineral por una entrada de fútbol.

viernes, 16 de marzo de 2012

Los valores de la Juani

Conozco un profesor -y no ironizo- que encierra en sí mismo a un Premio Nobel de la Paz. Es el mayor defensor de la interculturalidad que he conocido y que conoceré en mi vida. Uno de los pocos maestros capaces de sentar cátedra y entusiasmar al personal con la sola idea de aprender. Es de esas personas que no se meten a político porque valen demasiado para serlo.

No sé si él lo percibe, pero al final de cada clase hay un silencioso aplauso sin manos que rellena cada uno de los rincones del aula en que nos deleita con una fina ironía adaptada a la juventud que le observa. Sabe que no trata con tontos. Y debe de ser de los pocos que lo sabe, por eso conecta con los oyentes.
Su discurso no es nuevo, pero sí está bien fundamentado, de un modo que no soy capaz de explicar porque me falta el background que a él le sobra, más por avidez de conocimiento que por viejo. Es de los que defiende que el racismo es el miedo a lo diferente. Un enfervorecido admirador de la fumadora Hanna Arendt. Cree, como ella, que no conoce a los españoles, sino que conoce a Arcadi, a Jordi, a Joan o a Santiago.
No duda en defender valores tribales, pues estoy seguro de que lo que más admira de las comunidades no occidentalizadas es que no se preocupen de hacer daño a nadie. Que vayan a su aire y vivan en su contexto, con su ropa, sus comidas y sus ritos. Además odia los tópicos que, tras las generalizaciones, dividen el mundo en diferentes "nosotros". Un nosotros, dos nosotros, tres nosotros... Y para cada "nosotros", el resto son "los otros". Por tanto, me reitero si explico que el etnocentrismo es para él el mayor de los defectos, o uno de los mayores.

Por eso me gustó tan poco escuchar cómo el otro día se reía de las "Chonis", llamándolas también "Juanis". Me siento muy ofendido cada vez que escucho esos términos, y eso que a veces me he pillado pronunciándolos, porque... ¿No es cierto que si hay que huir de las generalizaciones deberíamos intentar hacer lo propio con las chicas del extrarradio? ¿No es en definitiva la cultura de barrio -cada vez más heterogénea- un contexto en el que se dan una serie de comportamientos en comunidad? Con su ropa, sus comidas y sus ritos. Tal y como ocurre con las tribus. La crème de la crème - y ahora sí que ironizo y excluyo al profesor que mencionaba - ríe de sus grandes aros, sus pantalones rosas, su contorno de ojos o su forma de expresarse (en el ambiente universitario es frecuente ver cómo los defensores de lo cosmopolita desprecian la salsa que pone a la vida que haya gente de todo tipo). A mí, sencillamente, me parece otra cultura. Una cultura con la que convivo muy a gusto y que me hace sentir mucho más seguro que caminar entre yuppies y niños consentidos. Me hace sentir como en casa, porque estoy en casa.

 
La diferencia entre las discriminaciones verbales que reciben los inmigrantes y las que reciben las inofensivas chicas de barrio (con sus no menos denostados iguales masculinos) es que la inmigración cuenta con un merecido apoyo por parte de un gran número de asociaciones y partidos políticos. ¿Pero a las llamadas "Chonis" quién las defiende? Como mucho son degradadas día sí y día también en los medios, exageradas en personajes de ficción o representadas en monstruos televisivos que se han apropiado de la bandera de lo plebeyo. Olvidando, claro está, sus virtudes y sus valores: a menudo una gran generosidad y un desprendimiento al que son incapaces de llegar muchos pudientes.
Otro argumento para pisotear y mirar por encima del hombro a las personas desprotegidas y humildes es la presunta falta de cultura. A lo cual yo debo contestar Elogio de la locura en mano. ¿Hasta qué punto la ironía de Erasmo de Rotterdam no puede ser tomada en serio? De él quiero hacer mi San Agustín. A mí me apetece malinterpretar su obra cuando dice -con gran autocrítica- que la estulticia, la ignorancia, es lo que realmente da la felicidad. Que cuánto más se sabe más desdichado se es. Que la niñez es la mejor etapa de la vida y que los actos más primitivos son los más placenteros.

Por una parte, ¿quién estipula sobre qué hay que saber? ¿Saber de Wagner y de diseño está bien pero gustar del flamenco y el deporte está mal? ¿Está bien reconocer el mérito del repetitivo pop art pero mal disfrutar del humor más básico y menos elaborado? Por otra parte, ¿para qué sirve ser un adalid de la cultura? ¿Para utilizarla como la utiliza Fèlix Millet? Pero Millet viste muy elegante para ser ridiculizado... ¿Para que un artista como Juan Ripollés se embolse 300.000 euros por monumento fálico en el inoperativo Aeropuerto de Castellón? Un monumento que, eso sí, "está inspirado en Carlos Fabra". "El avión que sale de la cabeza es el esperma que simboliza el nacimiento de la obra", dijo Fabra, amigo personal del artista. O tal vez tener cultura sirve para que Rogelio Rengel, antes de estafar a Luís del Olmo y obviar las indemnizaciones que debe a sus trabajadores, llamase Asteya a su asesoría fiscal, lo cual significa "no robarás" en lengua sánscrita.
Sí, la cultura es muy importante, pero debería servir para no generalizar y llamar Juani a todo lo que no se parezca a la hermana de uno. Como bien dicen los menos estultos, se generaliza por miedo a lo diferente. También dicen que los prejuicios se curan viajando, pero aquí, en el mundo real, no recibimos la visita de muchos turistas. Tampoco disponemos de las enormes brigadas de limpieza que eliminan en el centro de Barcelona, en tiempo récord, los mensajes posteriores a una manifestación. Más que nada porque aquí nadie escucha ni lee nuestros mensajes. Porque "quien nace mujik, mujik se queda". Y a mucha honra.